(SEGUNDA PARTE)
Alidaen se levantó muy temprano para prepararse e ir al instituto aquella mañana. Se había quedado a dormir en casa de los Lehmman, quería coger temprano el autobús y no perder ni un minuto de clase.
Una hora antes de que pasase ya estaba vestida con el uniforme y casi lista para marchar.
Apenas había dormido y tenía unas ojeras bastante pronunciadas, por lo que decidió usar algo de maquillaje para ocultarlas y pintarse un poco los ojos. No tenía mucha costumbre, pero había observado a otras mujeres hacerlo, y la señora Isabelle solía maquillarla para ir a misa o a las charlas católicas que preparaba todos los fines de semana con sus amigas.
Y el resultado no fue tan mal como esperaba.
- ¿Ya estás lista? – preguntó Herald desde el pasillo.
Alidaen no había podido olvidarse de lo que hablaron la noche anterior, y no dejó de dar vueltas a lo que podía preocupar tanto a su maestro, pero no se atrevía a preguntarle nada más. No quería verle sufrir y aquel tema sin duda lo ponía muy triste.
¿Pero realmente los Laremion eran tan malos como decían?
Lo cierto es que sólo conocía a su hermano Kheran, y él había sido muy amable con ella. Aunque daba un poco de miedo y parecía bastante serio. De hecho, había hablado más con su hermano que con Thaerion. Y no había vuelto a ver a éste último, por lo que supuso que se habría olvidado de ella.
Recordó las palabras de su abuela “Lleva persiguiéndote desde que erais unos niños, no va a olvidarse de ti en un día ¿no crees?”
- Me temo abuela…que por una vez no tenías razón – suspiró mirándose en el espejo – al fin y al cabo ¿quién va a fijarse en mí con esta cara y estas orejas de punta?
Intentó ocultarlas con su cabello, lo último que quería es que se riesen de ella el primer día de clase.
No se dio ni cuenta de que Herald la contemplaba absorto, y se puso como un tomate cuando vio su reflejo detrás de ella. Siempre había tenido la extraña manía de hablar sola…
- A mí me parecen preciosas – dijo, retirando el pelo de su cara para ponerlo detrás de sus orejas.
Ella esbozó una tímida sonrisa. No sabía porque, pero le agradaba que él la mirase de esa forma. Como si fuese una princesa, pensó.
- No te avergüences nunca de tu aspecto, Alidaen – dijo.
- Pero yo no soy bonita como las chicas de mi edad…soy rara.
- No eres bonita como las chicas de tu edad, eres preciosa como una ninfa, y no eres rara, sino distinta. Destacas como una extraña y bella flor en medio de un ramo de rosas – mientras hablaba observó fijamente la amable sonrisa de Herald.
- Pero las rosas son muy bellas.
- Bellas, pero muy comunes.
- ¿Y ser común es malo? – preguntó, girándose hacia él para mirarle directamente.
- No, pero tampoco lo es ser extraordinaria – sonrió.
Ella le devolvió la sonrisa, animada y agradecida por sus palabras de aliento, y más segura de sí misma.
- ¿Vais a quedaros toda la mañana ahí dentro diciendo bobadas? – la voz de Isabelle sonaba cargada de reproche, como siempre – Vas a llegar tarde, niña.
Alidaen bajó la mirada avergonzada.
- No señora, disculpe.
Herald se acercó tranquilamente a su esposa, y con un gesto cariñoso plasmó un beso en sus labios.
- Buenos días cielo.
Ella alternó la mirada entre uno y otro, y finalmente entró en el baño sin decir nada. Él profirió un suspiro y el claxon del autobús escolar anunció su llegada justo en ese momento.
Alidaen bajó las escaleras nerviosa, y Herald la acompañó a la puerta.
- Todo irá bien, ya lo verás – le animó.
- S-si…- dijo sin estar segura - gracias señor Lehmman.
- Herald…llámame Herald.
- Perdone, señor Herald…
El trayecto al instituto fue emocionante, era la primera vez que subía en un autobús y por suerte había asientos libres para poder sentarse junto a la ventana.
Ni siquiera se dio cuenta de que un chico se había sentado a su lado y le miraba tímidamente, ya que estaba demasiado ocupada viendo pasar la ciudad a toda prisa ante sus ojos.
El conductor tuvo que avisarla de que habían llegado para que apartase la nariz de la ventana y bajase con los otros chicos.
- ¡Si, si! ¡Disculpe! – exclamó, cogiendo su maletín y bajando rápidamente del vehículo.
Sólo por eso ya había merecido la pena ir a clase...¿todos los viajes sobre ruedas serían tan emocionantes?
Lo que hizo al llegar fue seguir las instrucciones que le había dado Herald, y no tardó en encontrar a la persona que se encargaría de presentarla al resto de alumnos, tal como él le había dicho.
Era una profesora bastante joven, y muy amable, llamada Rita. Herald trabajaba también en ese instituto, y tenía muchos contactos dentro, pero para evitar situaciones incómodas para Alidaen y que pensasen que tenía ventajas sobre otros alumnos decidió mantener las distancias y dejar que se adaptase a su ritmo sin intervenir demasiado.
- Tú no te preocupes por nada y entra cuando yo te diga. Ya verás lo bien que lo pasas en clase – le dijo su maestra.
- V-vale…
Su entrada en el aula atrajo la atención de chicos y chicas por igual, y por unos segundos todos quedaron en silencio, mientras ella se presentaba al resto de alumnos como cualquier novato en su situación, algo avergonzada y temblorosa, pero también ilusionada.
Y a pesar de que hubo alguna risita y cuchicheos por parte de sus compañeros, no hubo ningún comentario fuera de lo normal o que la incomodase. Claro que tampoco conocía muy bien a las personas y no sabía aun interpretar el modo de comportarse de sus compañeros.
La sentaron con una chica pelirroja, bastante simpática a simple vista.
- Hola, me llamo Cadie.
- Encantada Cadie, yo soy…
- Si, Alidaen…ya lo oí jajaja
Alidaen intentó atender todo lo posible en clase, pero resultaba bastante difícil entender a su maestra. Por un lado hablaban de cosas que los otros chicos ya habían dado pero que para ella eran casi desconocidas, y por otro lado estaba Cadie hablándole de sus compañeros y de todo el instituto, haciendo planes para el recreo y la hora del almuerzo sin parar y llenándole la cabeza de información que sobrepasaba su entendimiento.
Aun así se sentía cómoda con esa chica pelirroja, y gracias a ella fue introduciéndose para sorpresa de todos en el grupo de las “populares” O mejor dicho, consiguió que no la rechazasen del todo y al menos tolerasen su presencia.
Y no era de extrañar, ya que era raro el chico que no se sintiese atraído por aquella preciosa chica rubia de ojos verdes. Pero de todas formas nunca se quiso ver envuelta en ningún grupo, y siempre intentó mantenerse en un punto neutro.
Le gustaba conocer a sus compañeros, pero todos mantenían con ella cierta distancia, a pesar de que en un primer momento la acogiesen mejor de lo previsto. Y ella seguramente también era culpable de que así fuese, pues no llegaba a sentirse demasiado cómoda entre sus compañeros.
No entendía sus bromas, sus miradas, ni tampoco la mayoría de cosas que contaban. Le incomodaba que los chicos se acercasen a ella e intentasen coquetear o engañarla para que los acompañase a un lugar alejado de miradas indiscretas para intentar meterle mano. Y le dolía que las chicas aprovechasen cuando se daba la vuelta para hablar a sus espaldas.
Y aquel sentimiento de rechazo, por su parte sobre todo, fue aumentando a medida que pasaban las semanas.
No tardaron en llegar las primeras rencillas con sus compañeras, sobre todo con una en especial: Faith.
Faith era la típica chica que hasta el momento atraía las miradas de todo el mundo y también la envidia de sus compañeras. Pero ni era animadora, ni era tonta. De hecho era demasiado lista.
A Alidaen le sorprendió bastante ver como su instituto se alejaba bastante de los tópicos de siempre.
Allí las personas más populares no destacaban sólo por ser las más estilosas y guapas de la escuela, sino también por formar parte de la lista de honor de alumnos debido a sus buenas notas y también a su participación en clases extraescolares como periodismo, técnicas de laboratorio o deportes como el fútbol y volley.
Faith era presidenta del club de periodismo y tenía una gran influencia en el instituto. Y odiaba la competencia del tipo que fuese.
Alidaen en cambio siempre destacaba en las actividades deportivas antes que en las teóricas, lo cual le hizo ganar fama de chica rubia tonta que no se entera de una. Y no es que no lo intentase, es que a diferencia de los demás chicos de su edad su educación y cultura estaba muy por debajo de las expectativas, y necesitaba más esfuerzo que otra persona.
Por otro lado estaba el tema de la muerte de su abuela, que aun era demasiado reciente y solía sumirla en un estado casi permanente de melancolía, que Faith supo aprovechar para volver a las otras chicas en su contra.
No era raro leer en el periódico del instituto algún mensaje subliminal dedicado a las estúpidas niñatas que piensan que lo único importante en la vida es ser guapas y ligar con chicos. O artículos satíricos dedicados a las típicas animadoras rubias de instituto con caricaturas muy parecidas a ella como ejemplo.
De hecho, gracias a esa influencia (y su mala sangre) fue extendiendo con la ayuda de su hermano mayor el rumor de que Alidaen era un poco ligerita de cascos.
Dean, que así se llamaba su hermano, le guardaba bastante rencor después de haber estado meses persiguiéndola por los pasillos para ser su novio, y no haber conseguido ni un mísero pico. Y sobre todo después de que Alidaen terminase dándole calabazas de una forma muy poco sutil: apuntándole con la manguera de regar el césped en las pelotas y enchufando el grifo de agua fría delante del resto de miembros del equipo...
Así que entre ella y su hermano urdieron un plan para vengarse de Alidaen y acabar con su reputación.
Un día, después de los entrenamientos (él era portero en el equipo de fútbol masculino), el chico se acercó a ella y con la ayuda de dos amigos de clase la arrinconaron detrás del patio principal.
Dean insistió en que le acompañase a una de las fiestas que solían dar en casa de sus padres, y Alidaen se negó. La muerte de su abuela era aun muy reciente y no le apetecía nada salir a emborracharse y bailar para encajar con los demás. Además, le gustaba visitarla todas las tardes en el cementerio antes de volver a casa.
- Vamos mujer, será sólo un ratito.
- No me apetece, en serio.
- Pero es que tengo algo que enseñarte y sólo podrás verlo si vienes.
Alidaen, que era muy curiosa y boba para algunas cosas tuvo que preguntar.
- ¿Y qué es?
- Si te lo digo pierde la gracia, ven este sábado conmigo y lo verás.
Los chicos se lanzaron miraditas sonrientes, mientras Alidaen los observaba con desconfianza. Estaban seguros de que acudiría a la fiesta movida por la curiosidad, pero lo cierto es que si no llega a ser por la llegada de alguien que ya no esperaba volver a ver, nunca hubiese dado aquel paso.
Y nunca habría caído en su trampa.
(Instituto - Días después)
Era viernes, pronto llegaría el día de la fiesta y Alidaen no tenía ningunas ganas de acudir a ella, aunque sintiese curiosidad había visto películas suficientes para hacerse una idea (quizás algo exagerada) sobre ese tipo de reuniones.
Para colmo Isabelle le había prohibido rotundamente que acudiese nada más comentarlo durante uno de los almuerzos, y realmente tenía muy pocas ganas de desobedecerla y arriesgarse a recibir otra de sus monumentales broncas. Herald por su parte había permanecido neutral al respecto, dejando que fuese su esposa la que decidiese por él.
En el instituto sus compañeras de clase no dejaban de hablar de lo mismo, en especial su compañera Cadie, que parecía emocionada y no paraba de repetir una y otra vez que debían quedar para arreglarse juntas.
- Ya lo verás, tengo un vestido que te sentará perfecto, y he visto un peinado en una revista…
- No voy a ir Cadie – contestó sin apartar la vista de la libreta donde intentaba repasar los apuntes de esa mañana – me quedaré a estudiar todo el fin de semana y preparar el examen del martes.
Aunque fuese una excusa no dejaba de ser la verdad, necesitaba estudiar demasiado para los exámenes de química, la asignatura que peor se le daba.
- Oh vamos… ¿puedes apartar la mirada de eso unos minutos? Estamos en el descanso.
Alidaen alzó mirada al cielo y después la fijó en su compañera, dejando los deberes con el resto de sus cosas. Cadie era de las personas que solían tener una sonrisa permanente hasta que le dabas la espalda. La había sorprendido en más de una ocasión cuchicheando con Faith y las demás en los baños, y gracias a su fino oído había escuchado lo que realmente pensaban de ella: que era rara, estúpida y se lo tenía muy creído porque todos los chicos la miraban. Algo en lo que hasta ese momento ni se había fijado.
No se fiaba de ella, al igual que tampoco lo hacía del resto de compañeros de clase, pero toleraba su presencia para no sentirse demasiado apartada del mundo real.
- Isabelle no me deja ir – dijo levantándose y sacudiéndose la ropa, esperando que aquello sirviese para que dejase el tema de la fiesta de una vez.
- No importa – “¿a ti realmente te importa algo de lo que yo te diga?” quiso contestarle Alidaen, pero no lo hizo y empezó a guardar sus apuntes en la mochila – a mí mis padres tampoco me dejan ir porque dicen que estoy castigada, pero tengo un plan…
Cadie empezó a dar ideas sobre cómo engañar a los adultos y escapar por la ventana o hacerles creer que se quedaban a estudiar en casa de una amiga, pero Alidaen no tardó en dejar de escucharla y pensativa echo un vistazo al patio trasero.
Era un lugar muy bonito rodeado de zonas verdes, solía acudir bajo ese árbol siempre que podía y pasarse las horas muertas leyendo o estudiando apartada de los demás chicos de su edad, y a veces recordar aquel día en el claro junto a Thaerion…al que no conseguía quitarse de la cabeza por mucho que lo intentase.
A veces, incluso se sorprendía a sí misma buscándolo entre la cantidad de chicos que había en el instituto, y se quedaba como una boba cuando alguno de ellos lucía una melena de color negro o posaba sus ojos claros en los de ella.
A veces, le veía en cualquier…
- Y después podemos vestirnos en el almacén que hay en el patio de los Fairchild…
Por primera vez la voz de Cadie sonó como una hermosa melodía de fondo, cómo tintineantes campanitas anunciando la llegada del ser más perfecto que podía existir en ese mundo.
- Thaerion…- la suya en cambio le pareció demasiado ridícula, pero no importaba.
Era él. Después de nueve interminables meses volvía a verlo, y por un instante el mundo dejó de girar para detenerse en ese momento y recrearse en su llegada.
Vio cómo atravesaba la calle y se acercaba. Sus ojos se encontraron con los de ella tan sólo unos segundos antes de posarse en otro lado rápidamente, y notó su corazón latir a toda prisa mientras le veía desde el patio del instituto, cercado por una valla de hierro que en ese momento se le antojaron como los barrotes de una cárcel.
“¿Me habrá visto? Quizás no me haya reconocido…Parece buscar a alguien. ¿Y si sabe que estudio aquí? ¿Debería acercarme y saludarle?”. Todas esas preguntas y muchas más se agolpaban en su cabeza mientras le veía cruzar la verja saltando sobre ella con una rapidez y destreza asombrosa.
Cadie, que se había percatado de todo, siguió su mirada hasta el chico que acababa de incorporarse y se sacudía los pantalones con gesto pasota. Y sonrió para sí misma reparando en la intensa mirada de Alidaen y el brillo de sus ojos.
- Si, creo que se llama así. Es el chico que vive en esa mansión enorme y tiene una familia tan rara – lo dijo con el mismo tono despectivo que usaban cuando hablaban de ella y sus “rarezas”, pero Alidaen apenas reparó en este, no podía pensar en nada teniéndolo tan cerca.
Estaba guapísimo, aunque había cambiado mucho desde la última vez que le vio. Se había cortado el pelo y lo llevaba suelto cayendo sobre los hombros.
Sus ropas ya no evocaban en su cabeza películas sobre antiguos caballeros y nobles, más bien le recordaban a las que solían usar los chicos malos que Isabelle tanto repetía que debía evitar a toda costa. Sus pantalones rotos dejaban a la vista la pálida piel de sus piernas y lucía varias cicatrices en la cara, una cruzándole el puente de la nariz y otra la ceja.
Su aspecto y la frialdad de su mirada deberían haber sido suficientes para echar atrás a una chica decente y evitarle a toda costa, pero Alidaen era incapaz de apartar la mirada de él y sólo pensaba en qué hacer o decir para llamar su atención, que hasta el momento no parecía demasiado centrada en ella.
“Es perfecto”, estuvo a punto de soltar. Pero por suerte la voz de Cadie la sacó de su atontamiento.
- Creo que irá a la fiesta acompañando a “la chunga”. Dicen que se ha echado novio y supongo que por las pintas ese tiene toda la pinta de ser su tipo…
- ¿La chunga? ¿la fiesta?... ¿su…novio? – la voz de Alidaen se volvió temblorosa mientras intentaba analizar la sencilla frase de Cadie.
Sencilla, pero completamente desconcertante.
- No puede ser…- dijo para sí misma.
-
Eso digo yo. Seguro que en vez de enrollarse se dedican a descuartizar gatitos en el cementerio.
Alidaen quería que alguien la golpease o pellizcase, le hiciese despertar y ver que todo aquello no era más que una mentira. Pero la imagen de Zoe, como se llamaba realmente “la chunga”, acercándose a Thaerion y plantando un beso en su mejilla con más confianza de la debida le devolvió a la realidad.
Él lanzó una mirada hacia donde ella estaba disimuladamente. Alidaen la apartó enseguida, confusa por lo que acababa de pasar.
- Oye, te has puesto casi tan pálida como ella – dijo, refiriéndose a Zoe, que tenía la cara maquillada de blanco – parece que acabas de ver un muerto.
Notó un tono bromista en su voz, no era la primera vez que llamaban muertos a los chicos y chicas que llevaban un estilo parecido al de Thaerion y Zoe, pero en ese momento era incapaz de recriminarle nada.
- E-estoy bien…- dijo, demasiado tarde para sonar convincente, y se obligó a si misma a ignorar la presencia de Thaerion y “su chica”.
Quería salir corriendo y alejarse de allí cuando antes, pero en cambio lo que hizo fue tomar una decisión estúpida que sabía que terminaría lamentando.
- ¿A qué hora dices que es la fiesta?
Cadie sonrió de oreja a oreja.
- A las ocho.
- Perfecto, quedamos a las siete y media en el almacén.